lunes, 16 de agosto de 2010

Se Llora...





No se llora por un hombre.

Se llora para apagar el daño,
porque crees que es una brizna
de mínima ceniza sobre el barro,
o sobre la hierba fresca de tu frente.



No se llora por dolor.

Se llora para calmar el daño,
pues piensas que tus lágrimas
amargas van a dulcificarte,
sin que dure muchos años.



No se llora porque pierdes,
se llora porque nunca lo tuviste,
aunque alguna vez lo imaginaste
y, nunca, nunca lo poseíste.

Se llora sin saber y sin querer siquiera.
Agua fluye de tus concavidades.
Estaba perdida entre tus dientes
y busca salida pronta hacia ese aire.



No se llora por amor.
Pues ese va contigo.
Ni por la felicidad perdida.
Esa la tuviste y la disfrutaste.

Aunque fuera de mentira.
Tú sola la construíste.
Se lo perdieron.
Tú nada perdiste.



A pesar de saber o de esperarlo,
de temerlo, pensarlo o esquivarlo,
lloras siempre, siempre, aunque no quieras.

Y no es la lágrima perdida en la ventana,
ni en la mejilla de fértil primavera,
tampoco el caudal que viene raudo,
presto, rápido, ni el calmado que fluye dentro entero,
es todo el daño que permitiste que te hicieran,
la culpa es mía, dices, pues no es la vez primera,
me dejé, lo consentí. Estaba ciega...



Hasta la muerte varias veces.

Lloro para que dure sólo unos cuantos años.

Se llora para apaciguar el daño.


hermétika

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